Más de 450 presos en Murcia han participado ya en el proyecto de agroterapia puesto en marchar por la Asociación Templarios de Jumilla
El centro penitenciario Murcia II, en Campos del Río, cuenta
con un huerto muy especial, un espacio dedicado a la agroterapia en el que los
presos siembran, cultivan y aprenden nuevos hábitos de cara a su reinserción.
Allí trabajan los voluntarios de la asociación Templarios de
Jumilla con internos de la Unidad Terapéutica y Educativa (UTE) y del Programa
de Prevención del Riesgo de Suicidio (PPRS).
Una actividad por la que ya han pasado más de 450 presos, que
comenzó en 2006 en la cárcel de Murcia I y, un par de años más tarde, se
trasladó con su inauguración a la prisión de Murcia II.
La lista de actividades, cursos y talleres que el responsable de la
asociación, Josep Tomás i Galea, enumera es extensa y variada: aromaterapia,
reciclaje, producción del compost o crear colmenas de abejas.
Los presos con los que colabora, en su mayoría personas con
problemas de dependencia de consumo de drogas y problemas mentales, disfrutan
de una actividad al aire libre que les ensucia las manos y les "conecta
con la tierra".
Para sintetizar cómo beneficia esta actividad a los presos, Tomás i
Galea comienza a dibujar la imagen de un hombre que cumple una condena de 18
años, que sale al patio y se dedica a trabajar la aromaterapia.
"El contacto con la tierra, la naturaleza, es la mejor terapia
que puede haber", defiende el responsable de los Templarios, que lleva ya
más de diez años colaborando en prisiones.
Como fruto de ese contacto han crecido en el huerto del centro
penitenciario murciano patatas, berenjenas, pimientos y tomates; pero, también,
han surgido nuevos intereses y hábitos en los propios presos.
Por ejemplo, Tomás rememora con emoción el caso de un interno que
acabó allí después de haber estado en varios reformatorios: "El chico no
quería saber nada de la agricultura", señala.
"A mí lo único que me gustan son los tomates cherry",
recuerda el responsable la negativa del interno en un primer momento, cuando
vio el trabajo en el huerto.
A conciencia, decidió adjudicarle el bancal de los tomates cherry y
"funcionó muy bien" ya que terminó encargándose de ellos.
Otro de los beneficios que encuentra en el trabajo con la unidad
terapéutica es el hecho de "deshabituarlos" del consumo de sustancias
y, también, de relaciones que dentro de prisión puedan no ser beneficiosas.
En esta misma línea, los internos "fomentan el respeto",
también "la sensibilización por la naturaleza" y "rompen con la
rutina de los módulos penitenciarios" con el objetivo de que hayan
adquirido "buenos hábitos" en el momento en el que puedan salir del
centro.
El de este centro penitenciario es un huerto que, además de ayudar
a los internos, también fomenta una forma de cultivo "ecológica" y
"sostenible" reutilizando hasta los residuos de la cocina como
compost y los posos del café como fertilizante.
Pero la terapia va más allá, el huerto también crea lazos con otros
centros gracias al banco de semillas que utilizan para poner en común e
intercambiar estas pepitas.
"El cultivo estrella son las habas de Cartagena", explica
Tomás, quien también añade que estos alimentos están en "peligro de
extinción".
Las raíces que están creciendo gracias a este trabajo entre
voluntarios y presos han llegado hasta los familiares, quienes, según explica,
son conscientes de los beneficios que produce en los internos.
El hecho de trabajar con los alimentos, hace que muchos terminen
realizando cursos de manipulador de alimentos, un título que aumenta las
probabilidades de conseguir trabajo una vez que hayan salido.
Por ejemplo, en uno de los grupos de quince presos con los que
colabora José Tomás, cinco de ellos consiguieron un empleo.
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