Un virus oportunista
Para ello, se mantenĆan las sangrĆas, una falta de higiene exponencial y una intervención divina como remedio eclesiĆ”stico. Cole, que habĆa perdido a su madre a causa de una apendicitis, decidió que para aprender medicina debĆa dirigirse a personas que en realidad supieran. Y la encontró en una tribu judĆa que segĆŗn su mĆ”ximo exponente, habĆa aprendido en Persia de la mano de Ibn Sina mĆ”s conocido por su nombre en latĆn de Avicena. Tras dos aƱos de camino, Cole se presentó en la Persia del Sha, actual IrĆ”n, disfrazado de judĆo y ocultando su cristiandad. Los conocimientos mĆ©dicos del maestro eran excepcionales, dejando su manifiesto en sendos volĆŗmenes de cómo tratar muchas de las enfermedades de la Ć©poca. Como Cole, que fue su alumno aventajado, no solo mantenĆa que el uso de una higiene personal y general evitaba la propagación de infecciones, sino que tuvo que enfrentarse a la burda ignorancia religiosa y el poder del Sha. Hasta que junto a Cole, se enfrentó al ataque de la peste bubónica que pudo paliar gracias al empleo de equipos de protección individual del personal sanitario de la universidad de la ciudad del Sha y la prevención eliminando las ratas del lugar.
Sin embargo, murió por los excesivas exposiciones a enfermedades y Cole tuvo que huir de aquella ciudad por el fanatismo religioso que consideraba que la investigación cientĆfica, como era la autopsia a los cadĆ”veres y disección de cuerpos para saber con quĆ© se enfrentaban, lo consideraban un sacrilegio y una ofensa a Hala.
La religión en la edad media se interpuso en el avance médico de hombres brillantes cuyo único objetivo era el de servir a la humanidad y aprender cómo erradicar las enfermedades que les azotaban. En Europa, esta intervención del poder eclesiÔstico se trasladó hasta bien entrado el siglo XIX. Y baste citar como ejemplo la injusticia hacia Miguel Servet que fue quemado en la hoguera por afirmar que la sangre circulaba entre el corazón y los pulmones.
Como entonces, los poderes fĆ”cticos que hoy nos gobiernan, impiden la autopsia a los cadĆ”veres de las vĆctimas del coronavirus. El baile de cifras donde se mezcla a enfermos de diversas patologĆas con los infectados por coronavirus, la asfixia económica de los autónomos y PYMES, la propagación del miedo por parte de los medios de comunicación. Donde es imposible concertar cita previa con el mĆ©dico de cabecera, dónde los ambulatorios y centros de asistencia primaria estĆ”n virtualmente vacĆos y no atienden a otros enfermos (vĆ©ase los fallecidos por falta de asistencia en primera instancia), nos invaden con el colapso de las camas UCI y declaraciones de algĆŗn que otro personaje que segĆŗn Ć©l, ha pasado el coronavirus y relata las secuelas y ha sido curado, pero no indica en ningĆŗn momento que exista una cola de camas en los pasillos con enfermos por coronavirus ni la cantidad de los enfermos que fallecen a causa de otras patologĆas o por una edad muy avanzada. Actualmente incluso, en EspaƱa, se ha creado un ministerio de la verdad, tal y como describiera George Orwell en su cĆ©lebre 1984, para evitar la propagación de opiniones como esta que estĆ” usted leyendo. Un atentado en toda regla a un principio bĆ”sico de la democracia, la libertad de expresión.
Que ante un virus de diseƱo y con el que sólo funciona un tipo de vacuna que es el que destruya su ADN, la Ćŗnica solución es la inmunidad biológica natural donde las defensas del cuerpo identificarĆ”n al virus como una agresión de las que nos llegan a cada momento. El contagio es inevitable y pensar en encontrar una vacuna que garantice una inmunidad total a corto plazo es una utopĆa irrealizable, ya que se necesitarĆ”n aƱos para resolver una vacuna efectiva.
Vivimos un tiempo de cambio brutal y las cosas ya no serĆ”n como eran, el control gubernamental cada vez es mĆ”s fĆ©rreo en EspaƱa y el resto del mundo. Y el Ćŗnico bastión que quedaba frente a la globalización de la Ć©lite impulsada por Soros, ha caĆdo vilmente con un pucherazo increĆble en unas supuestas elecciones democrĆ”ticas. Y para ello se utilizó el miedo a travĆ©s de los medios, y no hay nada mĆ”s fĆ”cil de controlar que a una población que estĆ” confinada por miedo.
Ralf B Leepman.
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